La tecnología ha sido fuente de redefinición de las interacciones culturales y sociales, pues transforma la manera mediante la cual las personas viven y se relacionan entre sí en el tiempo y en el espacio. En la actualidad, la ubicuidad e inmediatez están incorporadas en nuestras vidas de formas que apenas percibimos y logran condicionar la manera en la cual se transmite el conocimiento o las costumbres, se generan y resuelven los conflictos, se crean redes colaborativas, se desarrollan actividades económicas, etcétera. Estos factores, entre otros, propician cambios tanto en la manera en que adquieren su formación los profesionales, como en la que se ejercen las profesiones u oficios. Frente a esta situación, el Derecho no es ajeno, pues son múltiples los aspectos en los cuales la tecnología influye en la formación y en el quehacer de los abogados.

En Foro Jurídico tuvimos la oportunidad de platicar con Mónica Lizet Morales Neira, abogada egresada de la Universidad Externado de Colombia, quien nos ofreció su opinión acerca del concepto de Abogado Digital, a continuación presentamos sus comentarios.

 

¿Cómo ha modificado la tecnología la práctica de los abogados?

 

La tecnología ha modificado la mayoría de las profesiones u oficios y los distintos sectores de la economía, directa o indirectamente y, por ende, el Derecho también se ha permeado de la transformación tecnológica. En mi opinión, se pueden identificar dos frentes en los cuales la tecnología modifica la práctica del Derecho; por una parte, en los métodos o herramientas de trabajo, y por otra, como objeto o materia de estudio y de análisis.

En primer lugar, en cuanto a los métodos o herramientas de trabajo, en la formación de abogados se han creado nuevos entornos de aprendizaje y enseñanza, buscando que la tecnología propicie mayor participación y acceso a la información. Se ofrecen cursos virtuales que van desde cursos cortos y diplomados hasta maestrías y doctorados, así como variados recursos electrónicos que permiten acceder a artículos o libros especializados de alta calidad en línea, de autores de las mejores universidades del mundo, hasta podcasts, clases y conferencias en video, discusiones académicas en redes sociales, entre otras fuentes que contribuyen al acceso del conocimiento necesario para la formación y actualización continua de los abogados. En la práctica profesional, algunas habilidades técnicas se vuelven obsoletas y se apropian unas nuevas. Se cuenta con herramientas tecnológicas que sirven de apoyo para actividades como el monitoreo de los procesos judiciales, consulta de la producción normativa, jurisprudencial y doctrinal, análisis (e incluso producción) de documentos jurídicos, etcétera, los cuales reducen tiempos y costos de operación y optimizan flujos de trabajo o de procesos, pero –por el momento– se sigue requiriendo de la intervención del abogado.

 

 Se cuenta con herramientas tecnológicas que sirven de apoyo para actividades como el monitoreo de los procesos judiciales, consulta de la producción normativa, jurisprudencial y doctrinal, análisis (e incluso producción) de documentos jurídicos, etcétera, los cuales reducen tiempos y costos de operación y optimizan flujos de trabajo o de procesos, pero –por el momento– se sigue requiriendo de la intervención del abogado.

En segundo lugar, la tecnología como materia u objeto de estudio y análisis del Derecho siempre ha estado presente a lo largo de la historia. Sin embargo, con el advenimiento de la “cuarta revolución industrial” la tecnología ha ocupado un papel más relevante, pues se ha desdibujado la clara división entre lo material y lo virtual, se ha requerido abordar nuevas categorías del Derecho, como los denominados derechos digitales (individuales y colectivos), así como nuevas formas de protección y vulneración de los derechos, cambios en los medios de prueba, transformaciones en las instituciones jurídicas tradicionales, al punto que se han desarrollado especialidades (con distintas denominaciones) de abogados, de nuevas tecnologías, derecho informático, etcétera.

En este contexto, tanto en estas nuevas especialidades como en ramas más tradicionales del Derecho, los cambios tecnológicos han creado nuevos supuestos de hecho y problemas jurídicos (o nuevas variaciones de los mismos) que son objeto de estudio, discusión y solución, pues de la misma manera los conflictos mutan, se trasladan a otros escenarios (por ejemplo, al ciberespacio) y adquieren otros alcances u efectos, lo cual implica que haya nuevas consideraciones a tener en cuenta y obligan a replantear antiguos paradigmas o a revisitar cuestiones fundamentales para responder a estos nuevos supuestos. Por lo anterior, la ley, la jurisprudencia, la doctrina, se ha ocupado de estos temas y han comprendido que el Derecho adquiere un rol activo por cumplir frente a la transformación tecnológica.

Conceptos como robótica, inteligencia artificial, edición genética, big data, blockchain, internet de las cosas, criptomonedas, etcétera, han dado el salto de ser meras ideas o discusiones teóricas a ser usadas y estar presentes en el mercado y, por ende, a ser objeto tanto de iniciativas de regulación y propuestas de normatividad, como de los conflictos a los cuales se enfrentan los jueces. Un ejemplo son los vehículos autónomos producidos en los laboratorios, que ya se encuentran circulando en las carreteras de ciertos países, al grado que han surgido debates jurídicos frente a los recientes accidentes mortales en que se han visto involucrados; además, en la Resolución del Parlamento Europeo, con recomendaciones destinadas a la Comisión sobre normas de derecho civil sobre robótica, se reconoce que el sector del automóvil requiere con mayor urgencia de una normatividad encargada de regularlo.

 

¿Cómo será la práctica profesional de los abogados en el futuro?

 

Desde mi perspectiva, en esta época en que se está tendiendo a la automatización, todas las profesiones y oficios se encuentran en una fase de transición, esto implicará que ciertas actividades propias de su ejercicio se deleguen a software o a sistemas basados en inteligencia artificial, etcétera. De acuerdo con informes del Mckinsey Global Institute, difícilmente las profesiones se automatizarán totalmente, no obstante, el 60% de ellas tienen alrededor de un 30% de actividades propensas a ser automatizables. Estas consideraciones también van a ser determinantes en la práctica del Derecho, pues ya se han desarrollado soluciones tecnológicas de procesamiento de contratos y de solución de casos sencillos gratuitos, software predictivo de decisiones judiciales, software de apoyo en resolución alternativa de conflictos o de análisis de riesgos legales, entre otros, que van a terminar desplazando a algunas de las actividades más operativas de nuestro ejercicio; sin duda serán herramientas de utilidad para el desarrollo de la profesión y para la optimización de los flujos de trabajo y procesos que hoy en día resultan en un largo trámite.

 

En el Derecho ya se han desarrollado soluciones tecnológicas de procesamiento de contratos y de solución de casos sencillos gratuitos, software predictivo de decisiones judiciales, software de apoyo en resolución alternativa de conflictos o de análisis de riesgos legales, entre otros, que van a terminar desplazando a algunas de las actividades más operativas de nuestro ejercicio.

 

Con esto de ninguna manera quisiera dar a entender que la labor de los abogados va a ser eliminada o reemplazada, pues frente a las actividades automatizables cobran mayor relevancia las cualidades y habilidades como el pensamiento crítico, la reflexión filosófica y dogmática, la empatía, el análisis de contexto ético y moral, la comprensión de la justicia, la persuasión, la negociación, la perspectiva social, entre otras. Razón por la cual en el análisis del futuro del empleo frente al avance de las tecnologías, varios expertos estiman una mayor relevancia de las ciencias humanas y sociales.

En resumen, el aspecto operativo de la práctica profesional va a verse transformado radicalmente por la tecnología, pero esto va a exigir que los abogados cultiven con mayor énfasis el sentido crítico y reflexivo de su quehacer.

 

¿Qué significa el concepto de Abogado Digital?

 

En primer lugar, es preciso señalar que la expresión Abogado Digital ha sido acuñada en algunas latitudes con distintas acepciones, una de ellas es la del abogado con conocimiento especializado en Derecho de las nuevas tecnologías digitales. Bajo esta perspectiva, se puede definir como un abogado con un conocimiento profundo en las interacciones del Derecho con la tecnología y en los nuevos supuestos fácticos y problemas jurídicos que de allí se derivan. Además de tener una formación profunda en los aspectos fundamentales de la ciencia jurídica, tiene conocimiento especializado sobre la naturaleza del funcionamiento intrínseco de las tecnologías, en esa medida, identifica, comprende y valora los retos y riesgos de las mismas y reconoce la importancia del análisis interdisciplinario para abordar y dar solución a las cuestiones que se le presenten.

 

¿Cómo ser un Abogado Digital?

 Bajo la acepción de Abogado Digital a la que me referí antes, se requiere una combinación entre conocimiento fundamental y especializado. En otras palabras, será necesaria, por una parte, una formación académica profunda en fundamentos base del Derecho (por ejemplo, filosofía del derecho, hermenéutica, teoría del derecho, historia del derecho, derecho romano, sociología jurídica, entre otras), pues estos dotan a todo abogado de criterio jurídico, pensamiento crítico y reflexivo; por otra parte, el estudio riguroso de la doctrina especializada en el campo, así como de normatividad o jurisprudencia nacional e internacional que sirva de referencia sobre la forma como se abordan dichas cuestiones.

De la misma manera en que el Derecho es dinámico, pues debe responder a las necesidades y retos impuestos por la realidad, los abogados debemos asumir una postura de adaptación a las nuevas realidades fácticas y jurídicas, para abordar con fundamentación, profundidad y rigor jurídico los retos que ellas involucran.

En mi opinión, no necesariamente se requiere desarrollar destrezas de carácter técnico (como aprender programación web), siendo en todo caso importante que en su día a día se acerquen de forma práctica a las tecnologías, sino de formar abogados capaces de comprender las fronteras e interacciones entre Derecho y tecnología, más aún, que estén abiertos a discusiones interdisciplinarias y cuenten con las habilidades críticas y reflexivas necesarias para pensar con profundidad y complejidad en el impacto de la tecnología sobre lo jurídico, en la ponderación de los beneficios y riesgos derivados, evitando “posiciones de bueno o malo” sin un análisis juicioso de sus implicaciones y posibles soluciones.

 

Para ser Abogado Digital será necesaria, por una parte, una formación académica profunda en fundamentos base del Derecho, por otra parte, el estudio riguroso de la doctrina especializada en el campo, así como de normatividad o jurisprudencia nacional e internacional que sirva de referencia sobre la forma como se abordan dichas cuestiones.

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