La cibersociedad es tierra fértil para nuevas profesiones, así como el nacimiento de modalidades digitales para cometer fraudes en perjuicio de aquellos con conocimiento limitado sobre las redes sociales. Ejemplo de ello, está en el puesto de Influencer, posición estratégica que permite “viralizar” el consumo de una marca o defraudar a clientes, a través de cuentas fantasma.
Según el diccionario de Cambridge, un influencer es alguien que afecta la forma en que otros se comportan, por ejemplo, a través del uso de redes sociales.
Esta “profesión” es rentable para jóvenes que generan contenido original, obtienen seguidores y una vez alcanzado cierto estatus, capitalizan sus recomendaciones.
Esto ha permitido que compañías como Social Bakers ofrezcan la oportunidad de incrementar la presencia digital de una marca, a través de relacionarlos con influencers; gracias a la oportunidad de aparecer como publicidad orgánica o simplemente, una mención menesterosa del afamado influyente. Sin embargo, el desconocimiento de algunas pequeñas marcas, les lleva a buscar colaboración con estrellas digitales del momento, sin considerar la posibilidad de que dichas cuentas sean alimentadas por bots o que carezcan de contenido compatible con la marca a representar.
No existe una definición indiscutible sobre el término influencer y sus características, empero, en afán de evitar caer en alguna modalidad digital de fraude es prudente analizar:
- El canal y redes del Influencer
- El contenido que publica
- El tipo de seguidores y la forma en que ellos interactúan.
Si algún rubro falla o apesta a simulación, sin duda, podría alimentar el negocio de una estrella digital pirata.
Existen casos de Influencers que han construido imperios a través de su relación con marcas; empero, hay otros escenarios en los que “la fama digital” ¡se les sube al disco duro! Verbigracia, en enero 2018, la Youtuber Elle Darby solicitó en un correo a The Wihite Moose Cafe cinco días de estadía gratuita a cambio de mostrar el local en sus redes sociales.
El mail iniciaba con “trabajo como influencer en redes sociales…”. En aquel momento, sus casi 90 mil suscriptores parecerían un buen público objetivo, a quienes mostrar este comercio en Dublin. Sin embargo, la respuesta de Paul Stenson, gerente general fue: “Querida influencer…Si te dejo dormir aquí a cambio de salir en un vídeo, ¿quién va a pagarle al personal que cuida de ti?… P.D. La respuesta es no”
Independientemente de la confrontación pública, para Darby resultó en una exposición mediática interesante, al duplicar sus suscriptores y el ofrecimiento de colaboración con otros negocios locales. Conductas que, sin duda, generan detrimento a la figura del influencer y alimentan las dudas sobre la legalidad de la forma en que operan.