A unos días de que llegue la Nochebuena, la Navidad y el Año Nuevo 2020, muchos pensamientos pasan por nuestra mente, algunos, relacionados con nuestra vida personal y, otros, con nuestra vida profesional. En ambos casos, más de un centenar de veces llegamos a conclusiones tan absurdas como verdaderas, donde -como dice un amigo- nada tiene sentido y, al mismo tiempo, todo tiene una razón.

Sin embargo, algunas preguntas abordan nuestra curiosidad profesional y nos cuestionamos el ¿por qué si vivimos en un Estado constitucional, democrático y de derecho donde todos o la mayoría queremos vivir felices no sucede así?, ¿acaso la felicidad no es democrática?, ¿será que en el tema de la felicidad y la democracia las minorías pesan o influyen más que las mayorías?

Son tiempos de reflexión en que la mente trabaja contra corrientes impetuosas que nos presentan una realidad multiforme, con un sinfín de caras de la sociedad y de las personas donde, de pronto, todo es incongruente con nuestra objetividad, nuestra lógica y razón. Aún con todo ello, nuestra felicidad personal es patente por los logros alcanzados, por el año que casi finaliza, por la salud venturosamente lograda, por las y los amigos que han estado presentes, por la familia, incluso por aquéllos que han disentido con mis ideas, etcétera.

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La felicidad, en efecto, no se decreta de la nada, quizá uno de los valores más significativos de la democracia es precisamente la felicidad como su principio y fin. Digamos que la democracia no es ausencia de conflictos o diferencias sociales, de pensamientos o ideologías, etcétera, antes bien, podríamos decir que se trata de una fórmula jurídico-política que nos da la oportunidad de discernir, razonar, replicar y argumentar. en términos generales, cualquier tema o asunto para atenderlo o resolverlo.

Pero esto no significa, por supuesto, que discurrir sobre tales temas lleve integrado de manera anticipada el acuerdo absoluto entre las partes involucradas, puesto que de ahí nace otro elemento clave y fundamental de la democracia: el respeto a las diferencias.

Esas diferencias que hacen o crean -irónicamente- la felicidad, en tanto nos dan la oportunidad de recapitular, replantear o reflexionar ampliamente nuestras posturas, siempre perfectibles, para la satisfacción de uno mismo y de la sociedad, puesto que como decía un gran filósofo y político francés, Jean Paul Sartre, “felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace”.

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En este sentido, una reflexión preliminar de cierre de fin de año 2019 nos conduce a establecer que la democracia es el camino a la felicidad, máxime cuando se viven tiempos difíciles por la violencia, la inseguridad, la incertidumbre, la desesperanza, donde todos -sin razonar- se dicen de todo y, al mismo tiempo, no se dicen nada que fortalezca o incida en su esperanza de una mejor forma de vida o, simplemente, de una vida digna, antes bien, parece que todo conduce a apostarle al fracaso del prójimo.

Winston Churchill -político británico del siglo XX- decía: “el problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles, sino importantes”. Ha pasado más de un siglo y esas palabras parecen tener plena vigencia en tiempos de cambio, de reformulación o de transformación política, o como quiera llamársele a esta nueva época en la vida democrática de México.

De tal forma, el camino a la felicidad es -de alguna manera- vivir en un Estado constitucional, democrático y de derecho, pero alcanzar la consolidación de ese modelo de convivencia jurídico-política requiere del respeto a las reglas del juego democrático, a las diferencias de pensamientos y, sobre todo, de la empatía y solidaridad con el prójimo y sus necesidades.

Un ejercicio básico de reflexión sobre estos conceptos, felicidad y democracia, es probable que encuentre un camino sinuoso, empedrado, plagado de contrasentidos que no logran entenderse cuando las circunstancias y las experiencias de la vida no son las esperadas pero que, conscientemente, ayudan a tomar las mejores decisiones, para afrontar los desafíos venideros antes de adoptar posturas intransigentes que sólo son germen de la discordia, del odio y de las hostilidades, y que las mismas sólo dividen o segregan más a nuestra sociedad.

Existen muchos motivos para reflexionar, para pensar positivamente y de manera optimista por un México mejor cada día, que dé muestra al mundo de civilidad social y política. Sí hay esperanza en la conjunción felicidad y democracia, pero esa esperanza nos la damos todos en el día a día, cuando debatimos con argumentos respetuosos y no con discursos o señalamientos intolerantes; donde se asumen riesgos, pero también se afrontan responsabilidades con serenidad y madurez. Esta próxima Nochebuena, Navidad 2019 y Año Nuevo 2020 haré votos, porque así sea, por nuestro México.

 

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